Cuando Jesús apareció finalmente a los once, la primera cosa que hizo fue
exhortar a los discípulos por la incredulidad y dureza del corazón, porque no
creyeron crédito a los discípulos que antes habían declarado a ellos que el
maestro había resucitado. Cuántas veces a nuestro alrededor vemos que muchos
tienen dentro de sí una euforia por algunos predicadores de la palabra, casi
que volviéndose una idolatría, ya veces no tenemos el mismo entusiasmo
por aquellos que ministran directamente en nuestra vida, nuestros pastores,
líderes, tampoco nuestros hermanos en Cristo, tenemos la costumbre de confundir
fama con unción, entonces elogiamos mucho en otros ministerios que vienen de
fuera, pero no damos el mismo crédito para aquellos que están dentro de nuestra
propia iglesia. No hay error en gustar de un predicador, o cierto tipo de
predicación, pero no podemos hacer acepción de personas, pues si creemos que el
hombre no tiene poder de hacer nada, que todo viene por el poder del Espíritu
Santo, analizando eso, llego a la conclusión que todo se trata del mover del
Espíritu Santo, entonces sea alguien de fuera o de dentro, tenemos que dejar
nuestro corazón abierto para oír lo que viene de parte de Dios. Necesitamos
practicar el principio de honor, y animar a nuestro hermano dentro de su
llamado. Hubo una vez un hombre que expulsaba demonios en el nombre de Jesús,
pero no andaba junto con los discípulos, y eso generó revuelta entre ellos de
tal manera que fueron a molestar al Maestro con aquello, y su respuesta, fue
para que no dejasen aquel hombre en paz. Como dijo Gamaliel gran maestro de la
ley para los fariseos, que dejasen a los discípulos en paz, pues si fuera algo
del hombre con el tiempo acabaría, pero si fuera algo de Dios ellos podrían
estar luchando contra el Espíritu Santo. Entonces necesitamos prestar atención
a todo lo que oímos y meditar para ver si no es Dios mismo queriendo cambiar
algo en nuestra vida.
Marcos 16 14.
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